Por Walter Turnbull (QEPD)
No había lugar para ellos
Así de escueta es la narración que nos hacen los
Evangelios de la razón por la que Dios hecho niño tuvo que nacer en un lugar
inhóspito. El suceso ha nutrido la imaginación y la sensibilidad de la
humanidad durante siglos, y vemos hermosas obras de arte y costumbres que
exaltan esta penosa búsqueda de asilo y el rechazo de la gente. En nuestro país
tenemos las posadas, heredadas probablemente de alguna costumbre europea, que
recuerdan esa historia y durante 9 días congregan a los fieles a dolerse por el
hecho y a ofrecer a los humildes peregrinos nuestras condolencias y nuestra
acogida, que de algo habrá de servir aunque sea «a toro pasado».
En realidad, la historia no dice que hayan sido
rechazados o discriminados. En aquel entonces la persecución contra el
catolicismo todavía no comenzaba. Tampoco fue necesariamente un caso de
discriminación. Lugar en la posada lo
había, pero no adecuado para ellos. Los
exegetas dicen que ese «para ellos» es importante. Tal vez había lugar para otros, pero para
ellos no. Ellos no quisieron quedarse
ahí.
Y no es que José y María fueran muy exigentes y
pidieran demasiado. Sabemos que eran
gente humilde y recia, adaptable a las circunstancias, y que finalmente se
conformaron con un establo. Lo que
sucede es que por su situación necesitaban ciertas condiciones especiales: María estaba a punto de dar a luz a Jesús y
necesitaba un mínimo de espacio y un mínimo de intimidad. No se trataba ni de molestar a otros ni
convertirse en un espectáculo para la curiosidad del público presente. Jesús, a
pesar de su infinita humildad, que lo llevó a «reducirse a la nada, tomando la
condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres» (Filipenses 2, 6),
para nacer en un lugar necesita ciertas condiciones.
Las descripciones del lugar varían según la
traducción. Se habla de «la sala principal», de la «posada», del «alojamiento»,
y en otra se menciona como la «sala común». Esta última es la traducción que
más me gusta. «Sala común» me suena a «lugar común», lo acostumbrado, lo
normal, lo popular. Lo común en nuestra especie, a lo largo y ancho de la
historia, ha sido el orgullo, la mentira, la búsqueda egoísta del bienestar
propio, el conformismo, la complacencia con el estado actual… Eso es lo que se
encuentra en la «sala común». Un «lugar común» le llaman los intelectuales a lo
que todo mundo hace, lo que en todos lados se encuentra. Jesús para nacer
necesita, de parte nuestra, una actitud de humildad, de honestidad y búsqueda
de la verdad, de renuncia al propio bienestar y de sacrificio, de afán de
superación. Necesitamos tener al menos
un poquito de esas virtudes para que Cristo pueda nacer en nosotros. Y eso no se da en la sala común.
Aunque el mensaje de salvación es para todos los
hombres, para recibir a Cristo hay que salirse de lo común.
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