Por Walter Turnbull (QEPD)

No había lugar para ellos


 «Cuando estaban en Belén le llegó a María el día en que debía tener a su hijo.  Y dio a luz a su primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en una pesebrera, porque no había lugar para ellos en la sala común» (Lucas 2, 6-7).

Así de escueta es la narración que nos hacen los Evangelios de la razón por la que Dios hecho niño tuvo que nacer en un lugar inhóspito. El suceso ha nutrido la imaginación y la sensibilidad de la humanidad durante siglos, y vemos hermosas obras de arte y costumbres que exaltan esta penosa búsqueda de asilo y el rechazo de la gente. En nuestro país tenemos las posadas, heredadas probablemente de alguna costumbre europea, que recuerdan esa historia y durante 9 días congregan a los fieles a dolerse por el hecho y a ofrecer a los humildes peregrinos nuestras condolencias y nuestra acogida, que de algo habrá de servir aunque sea «a toro pasado».  

En realidad, la historia no dice que hayan sido rechazados o discriminados. En aquel entonces la persecución contra el catolicismo todavía no comenzaba. Tampoco fue necesariamente un caso de discriminación. Lugar  en la posada lo había, pero no adecuado para ellos.  Los exegetas dicen que ese «para ellos» es importante.  Tal vez había lugar para otros, pero para ellos no.  Ellos no quisieron quedarse ahí.

Y no es que José y María fueran muy exigentes y pidieran demasiado.  Sabemos que eran gente humilde y recia, adaptable a las circunstancias, y que finalmente se conformaron con un establo.  Lo que sucede es que por su situación necesitaban ciertas condiciones especiales:  María estaba a punto de dar a luz a Jesús y necesitaba un mínimo de espacio y un mínimo de intimidad.  No se trataba ni de molestar a otros ni convertirse en un espectáculo para la curiosidad del público presente. Jesús, a pesar de su infinita humildad, que lo llevó a «reducirse a la nada, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres» (Filipenses 2, 6), para nacer en un lugar necesita ciertas condiciones.

Las descripciones del lugar varían según la traducción. Se habla de «la sala principal», de la «posada», del «alojamiento», y en otra se menciona como la «sala común». Esta última es la traducción que más me gusta. «Sala común» me suena a «lugar común», lo acostumbrado, lo normal, lo popular. Lo común en nuestra especie, a lo largo y ancho de la historia, ha sido el orgullo, la mentira, la búsqueda egoísta del bienestar propio, el conformismo, la complacencia con el estado actual… Eso es lo que se encuentra en la «sala común». Un «lugar común» le llaman los intelectuales a lo que todo mundo hace, lo que en todos lados se encuentra. Jesús para nacer necesita, de parte nuestra, una actitud de humildad, de honestidad y búsqueda de la verdad, de renuncia al propio bienestar y de sacrificio, de afán de superación.  Necesitamos tener al menos un poquito de esas virtudes para que Cristo pueda nacer en nosotros.  Y eso no se da en la sala común. 

Aunque el mensaje de salvación es para todos los hombres, para recibir a Cristo hay que salirse de lo común.

 

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