¿Cristo resucitó?
Para
los católicos medianamente informados, la Resurrección de Cristo es un
hecho. Lo conmemoramos, lo celebramos,
lo vivimos. Es el misterio fundamental
de nuestra fe, el parte aguas entre el antiguo y el nuevo orden. A lo largo de la historia ha habido muchos
filósofos y maestros, héroes y campeones, libertadores, líderes, visionarios;
en algunos cultos antiguos se habla de nacimientos virginales; algunos profetas
del antiguo testamento obtuvieron milagros; muchos han ofrecido su vida por
causas nobles y muchos fueron resucitados por otro. Sólo Cristo murió como hombre y resucitó sin
intervención de ningún otro ser humano.
Eso es lo que le da credibilidad y relevancia a todos los otros
acontecimientos de su vida: su anuncio, su nacimiento, su predicación, su
muerte, su Iglesia...
Existen
pruebas de la resurrección de Cristo, o al menos motivos para creer en
ella. Literatos serios, arqueólogos
serios, historiadores serios, encuentran razones para creer en los Evangelios
como testimonio confiable. Se apoyan en
constantes de la formación de leyendas, en testimonios de historiadores no
cristianos, en descubrimientos arqueológicos, etc. . Tenemos más recientemente la sábana santa,
que según investigadores, también serios, tiene una probabilidad en millones de
no ser la de Cristo y de no ser fruto de un hecho irrepetible e inexplicable
por las leyes de la naturaleza.
Aun
así, hay gente que duda. Veía hace unos
días en un programa sobre el tema, a una periodista supuestamente confiable,
argüir que las apariciones de Cristo después de su resurrección podían haber
sido producto de la imaginación de los discípulos que, abrumados por su desgracia, soñaron que su
maestro se les aparecía y les prometía su ayuda y su consuelo. Otros llegan hasta a proponer que todo fue un
engaño maquiavélicamente planeado por los primeros cristianos con malévolos
propósitos de dominación. Los más
románticos conceden que la leyenda de Cristo puede haber sido creada por gente
bienintencionada para respaldar una doctrina maravillosa que era recomendable
difundir.
Todas
estas teorías cuando se estudian a conciencia, resultan tan absurdas que es
mucho más lógico creer que Cristo sí resucitó.
Aún así, tenemos que aceptar que no existe una prueba estrictamente
científica, objetiva y evidente.
Pretextos nunca faltan. Siempre
existe un minúsculo espacio de incertidumbre para que de ahí se agarre el que
no quiere creer por la razón que usted guste y mande.
Para
mí siempre ha habido un argumento suficiente:
la Iglesia misma. El testimonio
de sus mártires, su crecimiento durante trescientos años de persecución en el
mundo romano y judío, su supervivencia durante todos los demás años de más
persecución en todos los otros mundos, su fidelidad a su doctrina original, y,
sobre todo, el tesoro de buenas obras: escuelas, hospitales, orfanatos, asilos,
universidades; el tesoro de situaciones admirables de humanidad: comunidades
solidarias, gobernantes íntegros (pocos, desgraciadamente), familias
integradas, historias de perdón, juventudes virtuosas y positivas, matrimonios
fieles, noviazgos sanos, sindicatos honestos, derrumbe de dictaduras, empresas
humanitarias (pocas también), amistades sinceras; tantos ejemplos, desde lo más
insignificante hasta lo más notable, de cosas que no habrían sido posibles sin
la doctrina, sin la presencia de la Iglesia, y sin la asistencia del Espíritu
Santo. Y finalmente la vida de los
santos: tantos (pero tantos) hombres comunes que vivieron vidas extraordinarias
de bondad, de servicio, de sacrificio, de espiritualidad, que construyeron
obras inmensas que jamás habrían sido realizadas con facultades solamente
humanas. Para una Iglesia como esta,
solo existe una explicación: Cristo
resucitó y está vivo en Ella y en todos sus fieles que se abren a la acción de
su Espíritu.
Y
todavía habrá muchos que digan que precisamente no creen en la resurrección de
Cristo por lo que han visto de la Iglesia.
«Yo creeré en la salvación de Cristo cuando los cristianos tengan cara
de salvados», afirmaba arrogantemente aquel gigante de la humildad que era
Mahatma Gandhi. Ahí sí no hay mucho que
podamos hacer, más que tratar de dar un mejor testimonio como cristianos,
pedirle a Dios que algún día les abra los ojos, y esperar que su postura sea de
buena voluntad.
Para
mí, Cristo resucitó porque la Iglesia lo dice.
«¿Qué es más fácil —preguntó Cristo a los incrédulos cuando curó a un
inválido en casa de Simón—, decir a este enfermo “Levántate, toma tu camilla y vete” o decirle
“Tus pecados te son perdonados”». Y
pregunto yo: ¿Qué es más fácil, creer que Cristo resucitó o explicar cómo la
Iglesia se ha sostenido a lo largo de la historia y ha dado lugar a tantos
prodigios?
Comentarios
Publicar un comentario