Me parezco a San Pedro
Por Walter Turnbull (Descanse en paz)
Hace unas semanas, en un
retiro, de pronto me sorprendí grandemente al notar cuánto me
Yo me he sentido igual a
Pedro cuando, en un arranque de emoción y entusiasmo, en un momento de euforia,
al descubrir que Cristo es el Hijo de Dios vivo (porque al menos eso sí he
sabido reconocer) o al contemplar su gloria y su bondad, he propuesto sin saber
lo que decía: Señor, hagamos tres tiendas,
como queriendo retirarme todo el tiempo junto a Él; o al ver su poder sobre la
materia le he pedido optimistamente: Señor,
manda que vaya a ti sobre las aguas. También igual que Pedro he llegado a
declarar alguna vez: Señor, estoy
dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la muerte.
Faltas de entendimiento
también las ha habido. Cuando, sin comprender el sentido del servicio y nuestra
necesidad de salvación, en un ataque de falsa humildad le he dicho a Jesús: Tú no me lavarás los pies jamás, tú no
te puedes rebajar a servirme a mí. O cuando en vez de acercarme más a Él, le he
dicho en una falta de confianza: Aléjate
de mí que soy un pecador. O cuando me he sentido especial por ser un
intento de apóstol y le he preguntado: ¿Dices
esto por nosotros o para todos? Y
peor tantito cuando, sin aceptar el valor de la cruz, me he tomado la libertad
de reprenderlo: Señor, lejos de ti que
eso suceda.
Obviamente, mi mayor
parecido con el gran apóstol se ha dado cuando no he podido velar ni una hora junto
a Jesús, vencido por el sueño o por la desidia o por la flojera, y cuando, ante
la presencia del peligro, el rechazo o la tentación, he preferido negarlo y
decir que no lo conozco y vivir como si no lo conociera.
Las más de las veces me he
identificado con Pedro cuando, al ver la violencia del viento, sintió miedo y
comenzó a hundirse y tuvo que gritar: ¡Señor,
sálvame!. Y al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?»
Ahora no me queda más que
seguir el ejemplo de San Pedro hasta el final, e igual que él, después de haber
negado al Señor, decirle desde el fondo del corazón: Señor, tú sabes que te amo. Aunque en mi caso mucho me temo que lo
voy a tener que retocar para decir: Señor,
yo sé que debo amarte, tú sabes que quiero amarte, por favor, ayúdame a amarte.
Después de todo, Jesús lo hizo con San Pedro y San Pedro finalmente sí murió
por Jesús.
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